por Luciano Doti
Es madrugada. No hay nadie en casa. Al menos no debería
haber nadie. Pero oí ruidos en la cocina y me levanté de la cama.
La puerta entornada deja pasar un rayo de la luz que yo dejé
apagada. En otra situación pensaría que se trata de ladrones, pero ya estoy
consciente de que aquí suceden eventos extraños.
No es una persona, tampoco un roedor. Es alguien que acciona
y mueve cosas sin tocarlas, y a quien debo explicarle que ya no vive en este
lugar; y cuando digo “este lugar” no me refiero sólo a la casa.
Es una tarea difícil esa de hacerle entender que se vaya. Es
obvio que ésa es la razón por la cual los herederos de la mujer que se suicidó
me vendieron su propiedad a tan bajo precio.
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